28/9/08

PORFIRIO DIAZ III

ALBA Y OCASO

En el porfiriato México transpira los aires de un renacimiento feudal que consolida la producción capitalista, unciendo al yugo de la hacienda la mano de obra barata de un proletariado hambriento y analfabeta cuyo explotado esfuerzo hace fructificar la agricultura. Así la Colonia remonta en el tiempo su función exportadora sólo de materia prima y mantiene su tradición agrícola en tanto que la industria minera es controlada por capitales ingleses, franceses y gringos que se reparten los beneficios de la tierra y el subsuelo nacional en devota cofradía a la que se unen mestizos y criollos venidos a más por los rendimientos de una ilícita actividad burocrática, de mostrador o criado principal de casa grande. La herencia vendrá después y el linaje del dinero desmanchará apellidos que rechinan de limpio hoy en sociedad.

El algodón fue la única materia prima transformada en el país. La industria textil tejía en jornadas extenuantes de 14 a 16 horas, finísimas telas de excelente factura y novedosos estampados.

Elegantes carruajes recorrían las arterias comerciales y las principales rutas y boulevares; la dama elegante olvida en el fondo del closet la mantilla española y adorna su bruma inteligencia con coquetos sombreros de miereri importados directamente de París; el primogénito se educa en Francia o en Oxford y la hija casadera atrapa un alemán o portugués. Tapices con motivos de almanaque, cortinas de envinado terciopelo, espejos de marcos dorados, decoraban el interior de las grandes mansiones; derroche de un refinado mal gusto arquitectónico estilo segundo imperio.

Para el clero, religión y dictadura no fueron incompatibles. Por el contrario, hallaban apoyo recíproco. Las satanizadas leyes de Juárez carecieron de vigencia sociológica, escuelas católicas y conventos discretamente disimulados, reabrieron sus puertas al amparo indulgente de doña Carmelita Rubio, esposa del dictador.

El capital extranjero encontró seguridad en el país. Las fábricas, minas y haciendas vivieron la época de máxima prosperidad, sustentada en la explotación de la clase trabajadora. Las tendencias sindicales y los conatos de huelgas, eran sofocados a sangre y fuego, sirviendo de ejemplo los sucesos de Cananea y Río Blanco. Los rurales y el ejército cuidaban el orden con la consigna de exterminar a cualquier sospechoso de levantamiento. ¡Paz y progreso a los hombres de buena voluntad!

México fue así colonia del capitalismo extranjero proveniente en su mayor parte de los Estados Unidos, que nos hizo dependientes de su prosperidad o crisis. Si allá sopla brisa, acá se desata un huracán; si ellos estornudan, a nosotros se nos provoca tuberculosis.

Después de sufrir la guerra civil, vino para los Estados Unidos una era de prosperidad que repercutió favorablemente para México y que fue hábilmente encauzada por don Porfirio, debilitándose a finales de 1907.

Hombre de Estado al igual que Juárez, don Porfirio tuvo la inteligencia de rodearse de gente valiosa, sin menoscabo de su liderazgo. Economistas y abogados brillantes formaron el círculo de los “científicos”, servidores dogmáticos del sistema y apasionados adoradores del dictador a quien el elogio o reconocimiento público de la diplomacia, no le fue indiferente. Oigamos las almibaradas palabras del ministro norteamericano Elihu Root pronunciadas en el brindis ofrecido al Presidente en 1907: “Si yo fuera poeta escribiría elogios; si fuera músico, compondría marchas triunfales; si fuera mexicano me parecería que la lealtad de una vida entera no sería mucho dar en pago por las bendiciones que ha traído a mi patria. Pero, no soy ni poeta, ni músico, ni mexicano, sino sólo un americano que ama la justicia y la libertad, y espera ver su reinado avanzar y fortalecerse entre los hombres hasta hacerse perpetuo; considero que Porfirio Díaz, presidente de México, es uno de los grandes hombres que quedarán en la historia para que la humanidad le rinda el culto que debe al héroe”.

Ciencia y progreso. Prosperidad e injusticia social. Lisonja y compromiso. Sueño y despertar.