La lealtad es compromiso vital.
Conducta en recto proceder.
Principio de identidad. Supremo valor.
Resplandor del día y asombro de la noche.
Cultivo del alma. Reciedumbre espiritual.
Urdimbre de fidelidad. Presencia, evocación y recuerdo.
Confiabilidad. Naciente. Lazo indestructible. Coparticipación.
Luz desvanecedora de sombras. Juicio de Dios.
¿Puede haber lealtad en la política? Muchos consideran que sí y muchos consideran que no. Y es que la conducta del político es ajena al tradicional concepto de moral que guía por los senderos de la bondad a quienes al margen del quehacer de los hombres de Estado, pulsan el tiempo en otras actividades incompatibles con las sinuosas prácticas en las que el azar o la fortuna convierten al hombre en feliz o desdichado.
Los filósofos, preocupados por encontrar el fundamento que sirviese de base a la acción moral, pensaron haberlo encontrado en la lealtad, como principio ético al que también dieron el nombre de fidelidad, que abarca todas las virtudes comunes, convertidas en activa conducta ejercitada, como dice Unamuno en su novela Paz en la guerra, en la “lealtad por la lealtad misma”.
La lealtad como la fidelidad no pretende premios o recompensas. Es compromiso con uno mismo. Es convicción. Es juramento inefable. Identidad con una creencia, con una ideología. Como expresa Maurice Nédoncelle (De la fidelité) es la fidelidad, esencialmente fidelidad a una fe, o fidelidad a un valor, o fidelidad a los seres o “valores vivientes”.
Adolfo Gilly[1] en su exaltado elogio a la lealtad del general Felipe Angeles a Madero, nos relata en primer término que el 19 de febrero de 1913 un golpe militar intentó derribar al presidente legal y legítimo Francisco I. Madero. Los cadetes del Colegio Militar apoyaron al presidente Madero en su marcha desde el Castillo de Chapultepec hasta palacio nacional.
Los sublevados al mando de Félix Díaz se atrincheraron en la plaza fuerte de la Ciudadela. Bernardo Reyes había muerto en los primeros enfrentamientos. Madero nombró jefe de las fuerzas leales a su gobierno al general Victoriano Huerta, jefe militar que conspiraba contra aquél, en sórdida guerra de intrigas interiores en que vivía el Ejército Federal y de las que era participante activo el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson.
La historia nos recuerda, la entrada, el 10 de febrero, a la ciudad de México, de Madero acompañado del general Felipe Ángeles. Madero ordenó al general Ángel García Peña, ministro de Guerra, tomar el mando de las tropas leales y designar a Felipe Ángeles, hombre de toda su confianza, jefe de su Estado Mayor a cargo de las operaciones. Esta orden no fue cumplida por García Peña. El mando quedó a cargo de Victoriano Huerta, con los resultados que ya todos sabemos: los asesinatos de Madero y del leal Pino Suárez, victimas de la traición de Huerta. El general Ángeles fue enviado al exilio en Francia; regresa para sumarse al Ejército Constitucionalista y al núcleo maderista dentro de la revolución.
Unos años y muchas batallas después –comenta Adolfo Gilly-, en noviembre de 1919 el general Gabriel Gavira presidió el Consejo de Guerra carrancista que condenó a muerte al general Felipe Ángeles por haberse sumado éste, a finales de 1918, a las fuerzas de Pancho Villa. En su defensa ante el tribunal, Ángeles persistió en declararse partidario y amigo de Francisco I Madero. Años más tarde el mismo general Gavira anotaba en sus memorias que, cuando el golpe de febrero de 1913, mientras todos los altos mandos federales conspiraban contra el presidente Madero, el general Ángeles se había mantenido leal a éste.
Adolfo Gilly reflexiona: “Si el 9 de febrero ha sido declarado Día de la Lealtad por la marcha de los cadetes del Colegio Militar en apoyo al presidente Madero, con mayor razón debe recordarse ese día al general Felipe Ángeles, a quien el presidente acudió en la hora en que sus generales lo abandonaban y con quien compartió en la prisión de Palacio Nacional las últimas horas de su vida antes de ser asesinado”.
Horacio en el exilio, lejos de su patria, agobiado por la ausencia de sus seres queridos clama: “Mientras estés bien, tendrás muchos amigos / cuando los tiempos te sean adversos estarás sólo”. César, en los estertores de la muerte, increpa a Bruto: ¿Tú también hijo mío? Al pie del árbol del que de una de sus ramas, pende el cadáver de Judas, mecido por el viento, los centuriones encuentran regadas en el césped las treinta monedas de la traición.
¿Lealtad en la política?...... ¿………?
[1] Adolfo Gilly, “La lealtad del general solitario”, La Jornada, Política, Lunes, Febrero, 2007, p. 16