31/10/09

MAQUIAVELO VII

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

VII/VII

7.- Maquiavelo: acto y potencia


“Al lado del orden preestablecido —afirma González Pedrero— armónico, que rigen las cosas en el universo, hemos heredado de la naturaleza el movimiento que también caracteriza al cosmos. Somos inestables; deseamos el cambio permanentemente. Esta inquietud, ese fluir esencial que caracteriza a la vida es el origen de muchos de los cataclismos sociales. Entre la armonía universal y la dinámica humana se inscribe y escribe la historia”.

Los filósofos griegos fueron los primeros en observar que las cosas se mueven, fluyen, acontecen de la misma manera. Esto es, que las cosas tienen cambio, pero que, en el movimiento de la naturaleza hay un orden superior, un orden no impuesto por los hombres, sino por la naturaleza misma. Es así como se concibe la idea de un orden cósmico y es así como en su tiempo, conciben que si hay un orden, debe haber alguien quien lo ordenó. Apelan, entonces, al concepto de los dioses. Apelan inicialmente a ese concepto, sobre todo, cuando encuentran leyes, injustas. Así, el emperador también está sujeto a ese orden superior que le es imposible rebasar. Poco a poco, a medida que avanzan las luces del alba, el mito, Rey de las sombras, se desvanece y ocupa su lugar el concepto de naturaleza. Ella, efectivamente, nos ha heredado el movimiento, de la misma manera que Prometeo desafiando la cólera de Zeus nos heredó el fuego.

El hombre se reconcilia (con su ser hombre) en el movimiento. El movimiento en el hombre se llama acción: praxis, movimiento autodeterminado o intencional. Para que el hombre pueda alcanzar su plenitud debe dinamizar todas sus potencialidades. Ya lo decía el Estagirita: “en la pareja acto—potencia encuentra el ser su aspecto dinámico”. Y llama acto al resultado del advenimiento al ser; y llama potencia a la materia, pero en cuanto va a ser.

En todo niño hay un adulto en potencia. En todo hombre hay un sabio en potencia. Querer —según el saber popular— es poder. Santo Tomás de Aquino (1225- 1274) en la Baja Edad Media comentando a Aristóteles reflexiona sobre la distinción fundamental entre el acto y la potencia. Los seres —explica— existen realmente, están en acto, pero evolucionan sin cesar para llegar a ser diferentes, por lo que estando indeterminados, están en potencia. La simiente existe, completamente como simiente, es un acto; pero puede dar nacimiento a una planta, es planta en potencia.

El hombre (acto) para alcanzar su plenitud individual de ser necesita desarrollar todas sus potencialidades. Para ello, es menester libertad de movimiento. Así, dentro del orden jurídico sólo se concibe la libertad si existe posibilidad de acción.

MAQUIAVELO VI

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

VI/VII

6.- Maquiavelo en el infierno

Cuando se habla de Maquiavelo se piensa en una conducta amoral, tortuosa, en la que el filo de la traición abre sus alas en busca de confiadas víctimas y se recuerda la famosa frase que nunca dijo: “El fin justifica los medios”.

Sin embargo, Maurice Joly en su Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, escrito en 1864, explica en labios del ilustre florentino, que el maquiavelismo es anterior a Maquiavelo.

Así, el único pecado de este secretario de Estado, fue el de decir la verdad tanto a los pueblos como a los reyes. No la verdad moral, sino la verdad política. No la verdad impoluta que todos quisiéramos saber, sino la verdad tal cual es, indiferente a cualquiera consideración ética. Por eso señala que Moisés, Sesostris, Salomón, Lisandro, Filipo y Alejandro de Macedonia; Agatócles, Rómulo, Tarquino, Julio César y el mismo Nerón; Carlomagno, Teodorico, Clovodeo, Hugo Capeto, Luis XI, Gonzalo de Córdoba y César Borgia, son antecesores de su doctrina. Ello, sin mencionar la larga lista de los que llegaron después de su Tratado del Príncipe y a quienes nada tuvo que enseñar que no supieran en el undoso arte del ejercicio del poder.

De Maquiavelo el vulgo sólo conoce el nombre y un prejuicio ciego. Se le tacha de inmoral, de falso, de traidor. Esta mala reputación ha traspasado las fronteras del tiempo escarneciendo el prestigio de un hábil diplomático entregado en su momento al servicio de la República. Por haber escrito El Príncipe y como resultado de una pésima lectura de esta inteligente obra, sus detractores lo han hecho responsable de todas las tiranías y han atraído hacia el autor la maldición de los pueblos, encarnando según éllos, su escrito, el despotismo que aparentemente aborrecen, pero que con sus excesos alimentan y anhelan. En su tiempo emponzoñaron sus últimos días y, en la posteridad se confabularon para reprobar sus tesis en las que Cratos difiere del parece de Ethos.

Mas Maquiavelo se defiende: “Durante quince años serví a mi patria” – nos dice –, que era una república; conspiré para mantenerla independiente y la defendí sin tregua contra Luis XII, los españoles, Julio II y contra el mismo Borgia, quien sin mí la hubiese sofocado. La protegí de las sangrientas intrigas que, en todos los sentidos, se entretejían a su alrededor, combatiendo como diplomático como otro lo habría hecho con la espada. Trataba, negociaba, anudaba y rompía hilos de acuerdo con los intereses de la República, aplastada entonces entre las grandes potencias y que la guerra hacía bambolear como un esquife. Y no era un gobierno opresor ni aristocrático al que manteníamos en Florencia; eran instituciones populares. ¿Fui acaso de aquellos que van cambiando al vaivén de la fortuna? Luego de la caída de Soderini, los verdugos de los Médicis supieron hallarme. Educado en la libertad sucumbí con ella; viví proscrito sin que la mirada de príncipe alguno dignara fijarse en mí. He muerto pobre y olvidado. He aquí mi vida y he aquí los crímenes que me han valido la ingratitud de mi patria y el odio de la posteridad. Quizá sea el cielo más justo conmigo”.

Allá, en el ostracismo, en su tranquila y solitaria villa de “L” “Albergaccio”, cerca de San Casciano, Maquiavelo interrumpe la escritura de los primeros fragmentos de los Discorsi para escribir El Príncipe, obra que fue acogida con menosprecio por Lorenzo de Médicis, quien prefiere al opúsculo carente de “palabras ampulosas”, los finos lebreles de caza. Maquiavelo gana con este desdén, otra frustrante repulsa más.

MAQUIAVELO V

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

V/VII

5.- Maquiavelo y circe

Estamos en el crepúsculo de la Edad Media. El hombre no se resigna a su destino. Al fin se atreve: da el salto mortal del Medioevo al Renacimiento y juega en la urdimbre de su pensamiento, con los modelos tomados de la antigüedad. González Pedrero nos dice: “Pensamos en Leonardo, en Maquiavelo. Cada uno de ellos sentía la angustia de lo nuevo como la sentimos ahora cuando nos preocupamos por saber qué será de nosotros en el futuro cercano”.

Y agrega en tono premonitorio: “Esa angustia de lo nuevo vibraba en aquellos personajes que oían por todas partes el crepitar de un fuego destinado a barrer lo caduco y a dejar el campo libre para nuevas cosechas”. ¡Espléndido!

Es la época en que la debilidad de los emperadores permite a varias pequeñas ciudades italianas, independizarse enteramente. Es la época de las frecuentes guerras intestinas, de los capitanes mercenarios llamados condottierri, prestos a apoderarse del gobierno de la ciudad que contrataba sus servicios. Es la época de los pequeños déspotas, de la confusión general en Europa, de la decadencia política del papado, pero también la época en que los grandes jugadores del ajedrez político (Francia, España e Inglaterra), fijan el comienzo de los tiempos modernos.

Época difícil para pensar con lucidez y moverse con habilidad en la jaula misma del león. Sobrevivir habría sido una lección para la posteridad. ¿Con qué ingredientes lo logra Maquiavelo?

González Pedrero lo explica: “Maquiavelo creó esa mezcla compleja de pasiones y razones, matices, palabras, hipocresía, ideales, dinero, intereses, acciones dispersas, instintos, olvidos, compromisos, errores, vicio, suerte, lucha, saber, gloria, prudencia, ingenuidad, conformismo, imaginación, bajeza, poder; vida viva. En suma: hizo de la imposible vida lo que parecía imposible, la posibilidad de vivirla, de saber cómo. Hizo de la política un arte de vivir político: ciencia tal vez”.

El arte tiende a la expresión de lo bello. La ciencia a la explicación racional, cognoscitiva. Sentir y saber. O mejor dicho: saber sentir en toda su magnitud la fuerza del poder.

Existe coincidencia entre la acepción vulgar y la científica de la palabra Política: se dice que es toda actividad referida al Estado. Posada la explica así:

“La política, en su sentido más general, se refiere al Estado, convertido en objeto de conocimiento”.

En el estudio de la Política, fijamos dos aspectos esenciales: el teórico y el práctico. A través de la teoría pretendemos obtener un conocimiento explicativo del Estado. Y, a través de la práctica, el desarrollo de una apasionada actividad por conquistar el poder y conservarlo.

La belleza es sublime actividad humana. Circe lo sabe y no descansa: prepara la mezcla hechizante para hacer en su pócima, posible lo imposible, en el arriesgado, prudente y hábil arte de gobernar.

27/10/09

MAQUIAVELO IV

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

IV/VII

4.- Maquiavelo: virtud y fortuna

En el lenguaje filosófico encontramos varias acepciones de la palabra virtud. Así Aristóteles nos dice “que no basta contentarse con expresar que la virtud es hábito o modo de ser, sino que hay que decir asimismo en forma específica cuál es esta manera”. La virtud podría definirse como aquella cualidad que perfecciona la buena disposición de una cosa; esto es, su bien, “pero no un bien general – palabras de Ferrater Mora – y supremo, sino el bien propio e intransferible”. Así, pues, la virtud es aquello que hace que una cosa sea lo que es. “Tal noción de virtud es prontamente trasladada al hombre; virtud es entonces, por lo pronto, el poder propiamente humano en cuanto se confunde con el valor, el coraje, el ánimo”. La virtud, característica del hombre, depende de su libre albedrío y está regulada por la razón.

Para los griegos, la Fortuna, hija de Océano y de Tetis, era una divinidad alegórica que presidía los sucesos de la vida, distribuyendo ciegamente los bienes y los males. Luego devino en lo casual, lo fortuito, la suerte, el azar, por eso se habla de la “buena” y la “mala” fortuna.

Ante los imponderables de la fortuna, el hombre virtuoso debe estar preparado para afrontarlos, sólo así podrá permanecer en el justo medio. Cuando no hay diques de virtud previamente levantados, las aguas negras de la mala fortuna, incontenibles, arrasan las apacibles llanuras.

El vívere político oscila entre la virtud y la fortuna. Por eso González Pedrero afirma: “No es otra cosa el arte político que un duelo entre virtú y fortuna. O en otras palabras, el prodigioso oficio de conciliarlas en el incierto equilibrio de la cuerda floja”.

La virtud, que es capacidad de obrar, poder, fuerza, decisión, habilidad, previsión, significaba también para Maquiavelo prudencia sagaz, intuición.

“En general, virtúd es la fuerza vital que los hombres desarrollan en la realización de actos políticos encaminados al engrandecimiento del estado”. Al fortalecimiento y defensa del sistema – diríamos hoy – o a su aniquilamiento y cambio. “Pero significa también, esfuerzo, coraje, valor, audacia. En suma: aquellas cualidades que son indispensables para forjar a un político”.

Así, la virtud viene a ser una férrea voluntad de participación activa en los destinos del Estado; una conjunción de astucia y de fuerza —de zorro y de león— en constante equilibrio, al azar, lo contingente, lo que en cualquier momento puede ocurrir.

La virtud es acción. La fortuna, esperanza. Aquella es impulso creador, ésta, casualidad, anhelo.

Para Maquiavelo las repúblicas o los principados se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud.

El príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella cambia. Feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias; desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra.

“La ‘causa’ de la buena o mala fortuna es hacer que el propio modo de proceder concuerde con los tiempos; porque algunos hombres proceden con apresuramiento, otros, con respeto y cautela, y en el uno o el otro de esos modos se exceden de los límites correctos, incapaces de observar la ‘verdadera vía’.” Esa “verdadera vía”, es una vía de en medio en el sentido de combinar los extremos: virtud y fortuna. Por eso, en el difícil arte de la política se yerra menos, según Maquiavelo, cuando el político actúa con la acertada habilidad y prudencia de acuerdo con los tiempos y sabe regular su conducta, procediendo según su propia naturaleza, cuando ésta coincida con las circunstancias y los hechos del momento.

MAQUIAVELO III

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

III/VII

3.- Maquiavelo y el príncipe

Maquiavelo vive en la etapa de transición entre la Edad Media y el Renacimiento. Él, indudablemente, es un hombre del Renacimiento. De estatura alta, cuerpo delgado, modesta elegancia en la manera de vestir y en su conducta diplomática; cabello severamente peinado hacia atrás; frente amplia; ojos pequeños, pero incisivos; nariz perfilada; labios delgados; pómulos salientes; barbilampiño; manos extremadamente cuidadas; dedos delgados, cuyos movimientos revelan el ejercicio del estilo en el arte de escribir.

En 1494, al implantarse la República en Florencia, fue segundo canciller y secretario de Los Diez de la Libertad y la Paz, un comité ejecutivo encargado de asuntos internos, externos y militares. Durante quince años se desempeñó como funcionario eficaz, cumpliendo a satisfacción y lealtad, misiones diplomáticas en Francia, Suiza y Alemania.

Nicolás Maquiavelo participa activamente en la vida política de Italia. Agudo en la percepción, observa con espíritu analítico el sistema de gobierno de su patria y lo compara con los de otros países de Europa que conoció en sus misiones diplomáticas, extrayendo de sus observaciones y de los ejemplos del pasado, el método y carácter de su filosofía política. Interesado fundamentalmente por las cuestiones de su tiempo, la realidad del presente mueve los esfuerzos de su penetrante atención; a la luz de su óptica de laboratorio somete a estudio los hechos y a los hombres, para obtener las deducciones que apoyarán sus tesis, buscando en los recuerdos de la historia la comprobación de sus conclusiones.

En las noches florentinas, a la usanza de las reuniones griegas en el Liceo o en el jardín de Academo, los jóvenes del Renacimiento se reúnen en los jardines de Berhardo de Rucellai, cuñado de Lorenzo el Magnífico, a discutir sobre arte, filosofía o política. Allí, en las conversaciones sale a relucir, como una flor exótica, el pensamiento de Maquiavelo, por eso, cuando se urde la conjura en contra de los Médicis, el hábil secretario de Estado no queda libre de la sospecha de haber exaltado con sus tesis, el ánimo de los conjurados.

Sobrevienen después las series de acontecimientos que habrían de cambiar todo el sistema de vida de Italia; el poderío de Venecia se derrumba, Julio II se une a Fernando el Católico, Ravena contempla el desvanecimiento de las veleidades hegemónicas del monarca Francés, Prato abre las venas del aniquilamiento de la efímera república de Florencia. Regresan los Médicis, Pier Soderini, es desterrado y Maquiavelo corre poco después la misma suerte, cobrándole el gobierno restaurado, con su alejamiento de la ciudad, la sospecha de conjurado y sus desvaríos de imaginativo escritor político.

Pero Maquiavelo no se resigna al ocio, a la sosegada paz rural, ni a la sombra de los árboles a cuyos pies pasaba inadvertidas horas de reflexión, tramando la estructura de sus discursos sobre los diez primeros libros, de la república romana, escritos por Tito Livio. Actor en el drama de su tiempo, quiere retornar a escena. Desea volver a la ciudad, estar presente en la corte y por ello interrumpe el desarrollo de sus discursos para escribir su no bien recibido opúsculo, El Príncipe, que zalamera y cortesanamente dedica a Lorenzo de Médicis, soberbio sobrino de León X.

Así, El Príncipe fue escrito como carta de presentación y sumiso y desesperado afán de volver a la vida política. Basta leer su descriptiva y angustiada carta a Francesco Vettori en el invierno de 1513 para darse cuenta de su estado de ánimo y de la finalidad inmediata:

“A propósito de mi opúsculo, he discutido si convendría hacerlo aparecer o no; y en caso afirmativo, si convenía que lo llevara yo mismo o que lo enviase. En la negativa, temo que Julián ni siquiera lo lea, y que nuestro Ardingheli se atribuya todos los honores de mi trabajo. La necesidad que me aprieta me empuja a publicarlo pues siento que me consumo y que esto no puede durar eternamente sin que, a la larga, la pobreza no haga de mi un ser despreciable; por otra parte, deseo vivamente que los Médicis se decidan a emplearme así fuera para empujar una roca después de lo cual si no hubiera hecho algo para ganármelos, me conformaría. En cuanto a esta obra, si solamente se leyera se vería que los quince años que dediqué a cuidar los asuntos del estado no los pasé durmiendo ni jugando, y cualquiera de ellos debería sentirse satisfecho de poder servirse de un hombre lleno de experiencia que nada les ha costado. Mi lealtad debería estar al abrigo de toda sospecha pues siempre he sido respetuoso de la fidelidad y no voy a dejar de serlo ahora. El hombre que ha servido fielmente y bien durante cuarenta y tres años (que son los que tengo) no puede cambiar su naturaleza; por otra parte, mi pobreza es el mejor testimonio de lo que afirmé”.

MAQUIAVELO II

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

II/VII

2.- Maquiavelo y el estado

El 3 de mayo de 1469 nace en Florencia, Italia, uno de los escritores más controvertidos de todos los tiempos: Nicolás Maquiavelo, a quien muchos consideran el padre de la política moderna. Entre las obras que han inmortalizado su nombre figuran El Príncipe, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, El Arte de la Guerra, La Historia de Florencia y La Mandrágora.

Además de escritor, Maquiavelo fue hombre de Estado. En 1498 es designado canciller del Consejo de los Señores y, posteriormente, secretario de Estado. Hábil diplomático, en los quince años que duró en el cargo realizó 23 misiones en el extranjero, desempeñadas con elegante astucia y extraordinario conocimiento de las reacciones humanas. Enemigo de los Médicis fue depuesto cuando éstos, en 1512, toman el poder. Pasado algunos años es amnistiado por el papa León X y vuelve a Florencia, donde muere en 1527.

Estamos en el ocaso de la Edad Media y en los albores de los tiempos modernos en la vida política europea. El crepúsculo señala en declive la sombra del Imperio, la amarga derrota de la soberanía papal, la extinción del poderío de los señores feudales y los rotundos y frescos aires de los reinos nacionales que, como Inglaterra, Francia o España deslindan su crecimiento, pregonando a voz en cuello un renovado lenguaje político.

Esa nueva forma de expresión es asimilada por la Italia renacentista del siglo XV y comienzos del XVI. Aquella península en forma de bota vive momentos de convulsión interna. En vez de unidad es evidente la multiplicidad de señoríos y dominaciones. Así, en el Sur, el poder lo ostenta el reino de Nápoles; en el centro, los Estados Pontificios; en el Norte, multitud de ciudades, que como lascas del antiguo Reino de Italia se apiñan en el vasallo recuerdo del emperador: Florencia, Pisa, Génova, Mantua, Milán y Venecia. Convertida en campo de muerte, Italia es el centro marcial en el que miden sus fuerzas los partidarios del poderío papal, del emperador y de los reyes de España y Francia.

Aprovechando el ocaso de los poderes tradicionales, algunas ciudades, lograda su independencia, surgen como verdaderas repúblicas urbanas. Tales son los casos de Florencia y de Venecia que brillaron con luces propias en el comercio, las artes y en la industria e iluminaron el renacimiento humanista con la aureola de su conquistado poder y de su gloria.

Allí, en Florencia, por primera vez cobra carta de ciudadanía universal una palabra nueva tendiente a reducir a unidad todo ese abigarrado conjunto de situaciones políticas: la palabra estado. Nicolás Maquiavelo en el más alto misterio de su inspiración política la estampa en las primeras frases del opúsculo intitulado El Príncipe (1513). En esta pequeña obra, el secretario florentino se propuso investigar a través del método histórico, apoyado en la observación y seguido por la astucia y el sentido común, cuál es la esencia de los principados, cuáles sus diferencias, de qué manera se adquieren, cómo pueden conservarse y por qué causas se pierden.

La frase inicial ha cobrado celebridad porque en ella se encuentra el origen moderno de la palabra estado: “Todos los estados, todos los señores que han tenido y tienen dominación sobre los hombres son estados y son o repúblicas o principados”.

A partir del siglo XVIII la palabra estado recibió su fe de bautismo universal, generalizándose tanto en la literatura científica, como en las leyes y en los documentos políticos, tanto en sentido amplio para referirse a los Estados federales como entidades supremas, y en sentido restringido al hacer alusión a los estados federales.

Más que ningún otro pensador político – expresa George H. Sabine –, fue Maquiavelo el creador del significado que se ha atribuido al estado en el pensamiento político moderno. La difusión de la palabra estado en los idiomas modernos, para referirse a esa persona colectiva de interés público, dotada originalmente del poder soberano, se debe en gran parte a sus escritos. El estado como sistema organizado jurídicamente y que persigue dentro de un clima internacional igualitario su desarrollo y engrandecimiento en sus relaciones con otros estados, se ha convertido en la institución política más poderosa de la sociedad actual. El estado moderno regula y controla a las demás instituciones sociales y las dirige dentro de los lineamientos trazados en sus planes de gobierno en aras de su propio interés.

El papel que el estado así concebido ha desempeñado en la política moderna, revela en forma admirable, la diafanidad con que Maquiavelo intuyó en 1513 la tendencia de la evolución política.

MAQUIAVELO I

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

I/VII

1.- Maquiavelo en La Cuerda Floja

Hace algunos años, en el Teatro del Seguro Social, en la ciudad de Villahermosa, escuché por primera vez a Enrique González Pedrero hablar sobre Maquiavelo. Fue una conferencia inolvidable. Allí, el maestro que impartía la clase de ideas políticas modernas en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con sentida emoción habló de este personaje del Renacimiento y de sus dos obras fundamentales: el Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

Y así tenía que ser, en la actualidad el político tiene la necesidad de definirse: o se está con Maquiavelo o se está en contra.

González Pedrero, tabasqueño de extracción humilde, estudioso de la política a la que considera —al igual que Maquivelo— un arte, postgraduado en la Universidad de París, nos deslumbró aquella noche villahermosina, al recitar de memoria los consejos que el ilustre florentino da al príncipe. De complexión recia, estatura regular, la tez blanca, cabello castaño entrecano, frente despejada, ojos claros, mirada inquisitiva, aguda, de felino, nariz recta, labios delgados y soberbias maneras de diplomático medieval, hizo la apología, esa noche, del padre de la política moderna y de la concepción de estado, tal cual hoy la conocemos. Sus referencias al capítulo XXII de El Príncipe a la virtud y a la fortuna, son inolvidables.

En 1982, el ayer ideólogo priísta, dio a la imprenta un opúsculo intitulado La Cuerda Floja, que bajo el patrocinio del Fondo de Cultura Económica se ofreció al público en las mejores librerías de la República. La pequeña obra reimpresa, por tercera ocasión en 2006, presenta en la portada un cable de henequén, tenso, en el que se mantiene al centro, en equilibrio, una bola, al parecer de plomo, diseño de Carlos Haces y fotografía de Carlos Franco. El tema se desarrolla en 187 apretadas páginas, divididas en una introducción y cuatro analíticos capítulos. Introducción. I. Maquiavelo: realismo político o la necesidad de la virtud o fortuna. II. El realismo utópico de Tomás Moro. III. Don Vasco Quiroga: utopía y libertad. IV. ¿Hay reglas del juego? Dedicado in memoriam a Manuel Pedroso.

El porqué del título: González Pedrero nos hace recordar el espectáculo en el que, los artistas de circo, deslumbrantemente vestidos con sus mallas llamativas untadas al cuerpo y sus descollantes hombreras cual flores artificiales, hacen su aparición en la pista a los acordes marciales de improvisada banda y después del saludo reverencial al público se dan a la fascinante tarea de ejercitar equilibrios en la cuerda floja ante la atónita mirada del público y la prevención de la red protectora por si acaso el inesperado accidente pudiera provocar la caída del principiante o la pérdida de equilibrio del viejo artista del hambre. “Más tarde – nos dice el autor- me he preguntado muchas veces si la política, la teórica y la práctica, no será como aquel espectáculo tan peligroso cuando se ejecuta sin red. Y en la política verdadera, en la Historia, no hay redes protectoras. Me he preguntado si la política no vendrá a ser, entre todas las actividades del hombre, la que más participa en la esencia de la vida, esa peripecia azarosa que empezamos un día, sin saber cómo, trepados e un una cuerda floja”.

Sí, en la cuerda floja, entre el realismo y la imaginación. Entre la verdad real y la verdad política. Guardando siempre el equilibrio, a veces sosteniéndose en el pie izquierdo, a ratos en el derecho, con las infinitas ansias de permanecer en el centro, ante la mirada atónita del público y el espectro del porvenir que anuncia, bajo el maquillaje, caras conocidas, en el quehacer divino del arte circense de la política.

¿NO OYEN LADRAR?

¿Es qué en verdad no oyen ladrar los perros?

Y allí va, cuesta arriba el viejo de la triste figura, lanza en ristre, montado en su jamelgo fantástico, presto a arremeter contra molinos de viento. Lo acompañan la claridad del día, el hermoso paisaje de otra alborada plena de ideales y su inseparable escudero siguiendo a prudente distancia y montado en su rucio, el trote de Rocinante.

¿Qué les deparará el destino, el mañana, sus ansias de ser? Tal vez ni ellos mismos lo saben.

¿Pero es qué no oyen ladrar los perros?

Cierto que el viaje es azaroso, surcado de fatigas, pero el hambre de infinito es acicate en las almas que tienen fuego interior. Al Quijote no lo amedrenta la espantosa sombra de los buitres; no lo amedrenta el silbido de las víboras; tampoco lo amedrenta la asquerosa carcajada de la hiena. Su trazo en el camino se dibuja en forma elocuente y magnífica sobre las espaldas de montuno, montículo.

¿Y es qué no oyen ladrar los perros?

Los oídos están hechos para escuchar el murmullo del agua, el canto de los pájaros, la presencia del viento y la oración del crepúsculo. Están hechos para escuchar la comprensión de Dios, la palabra fraternal del amigo, la ternura de la madre, la alegría de los niños y el salmo espiritual de la alborada.

¿Pero por qué no oyen ladrar los perros?

Porque los perros ladran en busca o rescate del hueso perdido.

¡Dejad entonces, Sancho, que ladren! ¡Qué ladren los perros! Ellos señalan la ruta. Ellos son dueños del eco, nosotros de la canción.

¡Árreee!, ¡árre, Rocinante! ¡Árree! ¡Si ladran los perros, señal que caminamos! ¡Árreee!

5/10/09

LOS ACARREADOS

Los acarreados son mercenarios del voto. Favorecedores del mejor postor. Subasta pública de intereses partidistas. Seres humanos que transportados en avión, autobuses, camiones de volteo, carretillas de mano o acémilas, toman la condición de carga.

El acarreado espera con ansias fechas preelectorales, concentración de grupos, marchas de protestas, plantones y el advenimiento de los nuevos mesías sexenales que habrán de lograr el milagro del cambio y la modernización.

Los acarreados son adoradores de siglas, memorizadores de proclamas, repartidores de panfletos, recolectores de escoria, simuladores tumultuarios y admirables artistas para embarrar paredes y mantas con nombres y consignas en los que ya nadie cree.

Los acarreados son el eco, nunca la voz. Su grupúscula presencia hace ruido, pero no convence. Desgastadas sus palabras, sus frases percuden el aire con exaltaciones rutinarias que en vez de admiración prohijan lástima por el desdoro en que se manifiestan.

Faltos de oficio, buscadores de beneficio, chambistas en la banca, los acarreados gritan con un sueño de esperanza en el porvenir del candidato en turno.

Los acarreados son de primera, de segunda, de tercera, de cuarta y hasta de quinta categoría. Se les identifica por el transporte en que se les amontona; por el lugar que ocupan en los mítines de plazoleta; en los recintos de lecturas de informes; en las bancas próximas o lejanas al santo patrón en turno.

Vacíos de ideales, carentes de convicciones, agobiadores de conciencias, los acarreados son el emblema vivo de la antidemocracia.

Turbamulta del desprestigio, del rumor, de la parlante consigna, los acarreados medran en su jerarquía desde un taco hasta la sobra de los banquetes oficiales. Convertidos en la hez de los desperdicios de facción o partido, los acarreados aguardan pacientemente la propina o la contra del extenuante desgaste físico de su amotinada presencia.

Los acarreados anuncian. Se preparan. ¡Ya están! ¡Al ataque! ¡Se ve, se siente, acarreados hoy presentes!.

CARTA A NOVEDADES

Señor Director del diario Novedades de Tabasco, responsable de lo que en dicho periódico se publica bajo la firma: redacción.

Me permito exponerle lo siguiente:

Una de las glorias de la cultura tabasqueña lo es el licenciado Francisco J. Santamaría, eminente lexicógrafo y exgobernador del estado. Lo conocí, cuando yo era un joven estudiante de preparatoria en el antiguo Instituto Juárez. Siendo reportero del diario Rumbo Nuevo tuve la oportunidad de entrevistarlo varias veces en la residencia oficial que entonces llevaba el nombre de la esposa de dicho personaje.

La Quinta Isabel, hoy Quinta Grijalva, era atendida por esa distinguida dama Isabel Calzada de Santamaría. Licenciado en Derecho, ameno platicador, maestro, autor de varias obras de literatura y lexicografía entre las que destacan el Diccionario General de Americanismos (Ed. Pedro Robredo, México, 1942), orador de verbo sonoro, destacado jurista, rescatador de la historia y letras tabasqueñas, conocido en los foros como el Juez lince, merece admiración y respeto.

Evidenciando ignorancia acerca de la personalidad de tan ilustre tabasqueño, se sostiene en dicho periódico en el espacio titulado `el Cesarismo en México`: “En el diario de los historiadores tabasqueños, se asienta una anécdota extraña: en su tiempo de gobernador, don Francisco J. Santamaría realizaba una gira por el municipio de Jalapa cuando alguien le hizo un comentario: `Señor mire las muchachas ¡qué bonitas!... la respuesta fue asombrosa: “Yo no vine a ser garañón de la política sino a servir”

Él irresponsable redactor sostiene: “De ahí la duda respecto a su personalidad quedó sembrada porque nunca se le conoció mujer alguna”.

Esa expresión es una falacia. El maestro Santamaría contrajo nupcias en dos ocasiones. En esa época, siendo candidato a gobernador del Estado, en una de tantas giras electorales se le atacó en un periódico, por su edad, a lo que él afirmó que no venía como semental, sino como aspirante al gobierno de Tabasco.

La forma irrespetuosa con que se trata a Santamaría la sentí ofensiva a la memoria de ese eminente tabasqueño.

Los lectores de Novedades de Tabasco, merecemos respeto.

Atentamente:

Dr. Agenor González Valencia

EL ESTADO DEL DERECHO X

EN TABASCO EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

X/XII

8.1 EXCOMUNIÓN IRREGULAR

No obstante – agrega Monroy González-, en principio el dictamen reconoce que pudo haber varias irregularidades de forma y fondo en los juicios realizados durante la lucha armada en contra de los insurgentes. Todavía queda entredicho el acto del entonces obispo electo de Michoacán, ya que canónicamente carecía de autoridad para excomulgar al cura Hidalgo toda vez que su nombramiento no había sido ratificado por Roma. Las decisiones de la monarquía –que había nombrado Abad y Queipo como obispo de Michoacán- quedaban sujetas a la aprobación pontificia, por lo que hay argumento de peso para afirmar que la excomunión pudiera ser declarada como “nula”.

Además, el P. Watson desestimó la veracidad de la “leyenda” de que ambos sacerdotes se les haya rapado la cabeza y las manos durante el juicio de degradación, pues consideró que dicho acto había caído en desuso para el siglo XIX.

8.2 SACRAMENTO Y PIEDAD

Para Hidalgo y Morelos –asienta Monroy González- como hijos de la Iglesia fueron los sacramentos y la piedad lo que les mantuvo en comunión con ella. El Padre de la Patria recibió auxilio religioso y se confesó antes de ser ejecutado; en tanto que, el Siervo de la Nación mantuvo su fidelidad, pues los documentos hablan de testigos que le vieron rezar durante su traslado a San Cristóbal Ecatepec y por visitar devotamente la Capilla del Pocito, en la Villa de Guadalupe antes de su ejecución.

En el trazado histórico documental que según Monroy González será enviado a la LXI Legislatura el P. Watson certificó que, Hidalgo y Morelos, como hijos de la Iglesia fueron sepultados en camposanto y que, incluso, años más tarde sus restos fueron depositados en el recinto más importante de nuestro país la Catedral Metropolitana de México.

8.3 PLENAMENTE RECONCILIADOS

Ya en el pasado –prosigue Monroy González- esta verdad de que tanto Hidalgo como Morelos murieron en el seno de la Iglesia fue respetada por los Arzobispos de México. Mons. Luis María Martínez, instruyó una investigación en la que se resuelve: “Habiendo muerto confesado y absuelto, con esa muerte cristiana cesaron todos los efectos de la excomunión y esperamos con la misericordia infinita de Dios nuestro Señor que salvará su alma” el cardenal Miguel Darío Miranda colocó la bandera de México en el Altar Mayor de la Catedral y oró por los héroes de la patria el 6 de septiembre de 1856.

Años más tarde, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada celebró una Misa en honor de los caudillos el 12 de septiembre 1985 en la Parroquia de Dolores, Hidalgo, en el marco de la conmemoración del 175 aniversario del inicio de la Independencia.
Por último, apunta Monroy González que, para la celebración del Bicentenario de la Independencia, también se prevé que el cardenal Norberto Rivera Carrera oficie una Solemne Misa en honor de los insurgentes.

EL ESTADO DEL DERECHO IX

EN TABASCO EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

IX/XII

7 RETRATO HABLADO DE MORELOS

Era moreno, de estatura media, complexión regular, frente despejada, ojos oscuros, nariz perfilada, labios gruesos, boca mediana, barbilampiño, siendo característico en él, la cabeza protegida por un paliacate anudado hacia atrás.

7.1 MORELOS Y LOS SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN

Con la ejecución de sus iniciales líderes, la rebelión por la independencia nacional sufrió un resentido revés, ya que convertido en irrefrenable movimiento popular el esfuerzo libertario no se detuvo, su continuador fue un ejemplar caudillo, un sacerdote católico imbuido del razonamiento de la Ilustración, heredero ideológico y moral del benemérito Hidalgo. Este hombre al que todos hemos conocido e identificado por el paliacate cubriendo su cabeza, fue José María Morelos y Pavón. Como aquél, ofrendó su vida para la construcción de un nuevo país, que a pesar del tiempo transcurrido, de aquellas luchas que muchos en el presente aún pretenden destruir. Traigamos a la reflexión y a la nostalgia el texto de Los Sentimientos de la Nación escrito por Morelos:

Que la America es libre e independiente de España y de todo otra Nación, Gobierno o Monarquía y que así se sancione dando al mundo las razones. Que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra.

Que todos sus ministros se sustenten los diezmos y primicias, y el pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su devoción y ofrenda.
Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó.

Que la Soberanía dimana del pueblo, el que quiere depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto de representantes en las provincias en igualdad.
Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos.

Que funcionaran cuatro años los vocales, turnándose, saliendo los más antiguos para que ocupen el lugar los nuevos electos.

La dotación de los vocales será una congrua* suficiente y no superflua, y no pasará por ahora de 8,000 mil pesos.

Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres de sospecha.

Que los Estados mudan costumbres y la Patria no será del todo libre y nuestra mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el tiránico, substituyendo el liberal y echando de nuestro suelo al enemigo español.

Que las Leyes que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto (…)

Que para dictar una ley se haga junta de sabios, para que proceda con más acierto y exonere de algunos cargos.

Que la esclavitud se proscriba y lo mismo la distinción de castas, y sólo distinguirá a un americano de otro el vicio y la virtud. Que nuestros puertos se franqueen a las naciones extranjeras amigas, pero que éstas no se internen al reino por más amigas que sean.

Que a cada uno se le guarden sus propiedades y respeten su casa como en un asilo sagrado.

Que no se admita la tortura.

Que se establezca por Ley Constitucional la celebración del día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra Libertad, María Santísima de Guadalupe.

Que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo (…)
Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos agobian y se señalen a cada individuo un cinco por ciento de semillas y de más efectos o otra carga igual a la Alcabala, el Estanco, el Tributo y otros (…)

Que se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad comenzó (…) recordando siempre el mérito de grande héroe, el Sr. Dn Miguel Hidalgo y su compañero Don. Ignacio Allende

Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813 José Ma. Morelos (Rúbrica).

8 HIDALGO Y MORELOS

Felipe de J Monroy González Según el periódico Desde la fe manifiesta que, finalmente la Iglesia Católica, dictaminó que los sacerdotes Miguel Hidalgo y José María Morelos no murieron excomulgados como se presume en la historia oficial.
Dicha información fue difundida por el P. Gustavo Watson Marrón director del Archivo Histórico del Arzobispado de México y de la basílica de Guadalupe, quien fuera comisionado por el cardenal Norberto Rivera Carrera para investigar y resolver un fallo a propósito de la situación canónica de los Padres de la Patria.

El dictamen asegura que las excomuniones a los insurgentes no fueron procesadas por el levantamiento independentista ni por sus ideas políticas y sociales; “en realidad fue por haber atentado en contra de civiles y contra religiosos –y sus bienes- durante las campañas militares”.

De acuerdo con nuestro estudio histórico- afirma Monroy González-, ocho días después del inicio de la lucha de Independencia (24 de septiembre de 1810) el obispo electo de Michoacán Manuel Abad y Queipo promulgó el edicto que declaraba que Hidalgo había incurrido en excomunión por “haber atentado contra la persona y libertad del sacristán de Dolores, del cura de Chamácuaro y de varios religiosos del convento del Carmen de Celaya aprisionándolos y manteniéndolos arrestados”. El mismo Hidalgo confesó su participación de agresiones contra españoles y criollos en dos campañas militares.

Por semejantes razones al cura José María Morelos y Pavón se le ordenó la excomunión el 22 de julio de 1814.

EL ESTADO DEL DERECHO VIII

EN TABASCO EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

VIII/XII

6.4 LA MALDICIÓN DE HIDALGO

El alzamiento convocado por Hidalgo es y ha sido para los sectores más reaccionarios no sólo de la sociedad novohispana, sino también de la presente, una forma de desafío hasta al Dios mismo. El obispo de Michoacán, (entre 1810 y 1815), Manuel Abad y Queipo quien excomulgó a los insurgentes, preparó el siguiente Decreto para el caso específico de Miguel Hidalgo. Este texto muestra de qué manera parte de la alta sociedad se sentía vulnerada –y aún se sigue sintiendo-, en lo más hondo de sus nobles y soberbios principios por el levantamiento ocurrido en Dolores. Y así describió:

Por autoridad del Dios Omnipotente, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo y de los santos cánones, y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, papas, querubines y serafines: de todos los santos inocentes, quienes a la vista del santo cordero se encuentran dignos de cantar la nueva canción, y de los santos mártires y santos confesores, y de las santas vírgenes, y de los santos, juntamente con todos los santos y electos de Dios: sea condenado Miguel Hidalgo, excura del pueblo de Dolores.

Lo excomulgamos y anatemizamos, y de los umbrales de la Iglesia del todo poderoso Dios, lo secuestramos para que pueda ser atormentado eternamente por indecibles sufrimientos, justamente con Dathán y Habirán y todos aquellos que le dicen al señor Dios: ¡Vete de nosotros, porque no queremos ningunos de tus caminos! Y así como el fuego es extinguido por el agua, que se aparte de él la luz por siempre jamás.
Que el Hijo que sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado a nosotros en el bautismo, lo maldiga. Que la Santa Cruz a la cual Cristo, por nuestra salvación, ascendió victorioso sobre sus enemigos, lo maldiga. Que la santa y eterna madre de Dios, lo maldiga. Que San Miguel, el abogado de los santos, lo maldiga. Que todos los ángeles, los principados y arcángeles, los principados y las potestades y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan.

Que sean San Juan el precursor, San Pablo y San Juan Evangelista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo lo maldigan. Y que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, quienes por su predicación convirtieron al mundo universal, y la santa compañía de los mártires y confesores, quienes por su santa obra se encuentran aceptables al Dios Omnipotente, lo maldigan. Que el Cristo de la santa Virgen lo condene. Que todos los santos, desde el principio del mundo y todas las edades, que se encuentran ser amados de Dios, lo condenen (…) que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando, meando o cagando, y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza, en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros, en sus brazos (…) que sea maldito en todo las junturas y articulaciones, desde arriba de su cabeza hasta la planta de sus pies; que no haya nada bueno en él. Que el hijo del Dios viviente lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven se levanten en contra de él.

Que lo maldigan y condenen. ¡Amén! Así sea. ¡Amén!.

6.5 FUSILAMIENTO DE HIDALGO

Hidalgo compareció ante la “santísima” Inquisición después de ser apresado (21 de marzo de 1811). Varios de sus compañeros civiles de insurrección fueron fusilados antes que él.

La condición sacerdotal de Miguel Hidalgo y Costilla hizo necesario para poder enviarlo al paredón, que primero se le retiraran los hábitos clericales. Martínez García sostiene que esto lo hizo con mucho gusto la Inquisición que lo excomulgó y que lo puso en manos de la justicia civil, la que a su vez estaba supeditada a las autoridades eclesiásticas. Previa excomunión Hidalgo fue enviado a las mazmorras de las que era sacado únicamente para que compareciese antes sus jueces eclesiásticos, mismos que le sometieron a jornadas infamantes.

Antes de su fusilamiento (a las siete de la mañana del 30 de julio de 1811) le fue leída la pena de excomunión, algunas fuentes afirman que fue emitida por el propio papa Pío VII, y uno de cuyos fragmentos se expresan: “Lo excomulgamos, lo anatematizamos y lo secuestramos de los umbrales de la Iglesia del Dios Omnipotente para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Dathán y Avirán (sic)… Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de sus majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra el, lo maldigan y lo condenen. ¡Así sea! Amén”.

Posteriormente a la ejecución su cuerpo fue exhibido en la plaza pública; por la tarde cercenaron la cabeza del cuerpo, la pusieron en una caja con sal y la enviaron para que fuera colgada, junto con las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, en la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.

Sus inquisidores obligaron al padre Hidalgo a estampar su firma en una retractación de sus errores. Y ésa es la base que hoy sustentan Gustavo Watson y Hugo Valdemar para asegurar que el reo murió reconciliado con la Iglesia. Se oculta que la abjuración le fue arrancada mediante torturas y anatemas.

EL ESTADO DEL DERECHO VII

EN TABASCO EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA

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6.1 ÁNIMO A LA INDEPENDENCIA
Los estudiosos de hechos pasados, sostienen que tanto la Independencia de Estados Unidos como la Revolución Francesa, así como la lumínica Ilustración animaron la forja de la Independencia de México. Mediante el documento conocido con el nombre de la Declaración de Independencia de Estados Unidos en 1776, las trece colonias británicas estamparon con su firma su separación de Gran Bretaña y si esta Independencia fue una lucha contra el colonialismo europeo, la Revolución Francesa lo fue contra el poder de una monarquía absoluta.

6.2 EL GRITO DE DOLORES
Uno de los episodios más significativos en la historia patria es el llamado que hiciera en el pueblo de Dolores, el cura Miguel Hidalgo y Costilla. Fue en la madrugada del día 16, no en la noche del día 15. La alteración en la fecha en que se le conmemora obedece de acuerdo con los historiadores a un capricho de Porfirio Díaz quien se supone ordenó el cambio para que el festejo coincidiera con el de su cumpleaños (15 de septiembre). Pedro García, quien presenció lo sucedido en Dolores sostiene que las palabras de Hidalgo fueron:

“Mis amigos y compatriotas no existen ya para nosotros ni el rey ni los tributos; esta gabela vergonzosa la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos. Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos”.

6.3 TEXTO DE LA PROCLAMACIÓN DE HIDALGO

Veamos la proclamación que dio a conocer Hidalgo en un texto en el que explica las razones del levantamiento:

Para la felicidad del reino es necesario quitar el mando y el poder de las manos de los europeos; esto es todo el objeto de nuestra empresa, para la que estamos autorizados por la voz común de la nación y por los sentimientos que se abrigan en los corazones de todos los criollos (…) Esta legítima libertad no puede entrar en paralelo con la irrespetuosa (?) que se apropiaron los europeos cuando cometieron el atentado de apoderarse de la persona del excelentísimo Sr. Iturrigaray, y trastornar el gobierno a su antojo sin conocimiento nuestro mirándonos como estúpidos.
En vista, pues, del sagrado fuego que nos inflama y de la justicia de nuestra causa, alentaos, hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria y de la felicidad pública de esta America. ¡Levantaos, almas nobles de los americanos!, del profundo abatimiento en que habéis estado sepultadas, y desplegad todos los resortes de vuestra energía y vuestro valor, haciendo ver a todas las naciones las admirables cualidades que os adornan, y la cultura de que sois susceptibles. Si tenéis sentimiento de humanidad, si os horroriza el ver derramar la sangre de vuestros hermanos, y no queréis que se renueven a cada paso las espantosas escenas de Guanajuato, del Paso de Cruces, de San Jerónimo, Aculco, de la Barca, Zocualco y otras; si deseáis la quietud pública, la seguridad de vuestras personas, familias y haciendas y la prosperidad de este reino: si apetecéis que estos movimientos no degeneren en una revolución que procuramos evitar todos los americanos, exponiéndonos en esta confusión a que venga un extranjero a dominarnos; en fin, si queréis ser felices, desertaos de las tropas de los europeos y venid con nosotros; dejad que se defiendan solos los ultramarinos y veréis esto acabado en un día sin perjuicio de ellos ni vuestro, y sin que perezca nadie; pues nuestro animo es sólo despojarlos del mando.