Los acomodaticios son danzarines autóctonos o de reconocido linaje en rancias crónicas de sociales y acreditadas columnas políticas. Acostumbrados a bailar al son que se les toque, cambian de traje, de siglas, de ideales con increíble frialdad y oportunismo.
Transformistas permanentes, dotados de asombrosa agilidad, causan admiración por los intrépidos saltos a que se atreven para pasar vertiginosamente de un partido a otro.
Miméticos naturales, tienen por tótem al camaleón. En la mañana son tricolores, en la tarde blanquiazules y, en la noche amarillentos, se diluyen, se pierden en la oscurana.
Los acomodaticios saben esperar. Jamás se comprometen. Ellos están bien con Dios, pero por si acaso, le rinden culto al diablo.
Artífices del aplauso, de la lisonja, de la artificial sonrisa, pululan con las orejas paradas, en restaurantes, cafés, peluquerías, bares, sindicatos, supermercados y cualquier otro centro de reunión en el que sus sensibles antenas les indiquen la orientación segura a sus insatisfechas ambiciones.
Los acomodaticios sueñan. Anhelan. Velan. Poseedores de la hábil cualidad de aprovechar el tiempo, son los oportunos en ocupar las primeras filas en cualquier espectáculo donde su presencia sirva de escaparate o de anuncio de servidumbre o lealtad.
A ellos lo mismo se les encuentra en la sala de espera de las terminales aéreas, que en las antesalas de funcionarios públicos de alta o menor jerarquía. Lo mismo es un mitin de apoyo que en las honras fúnebres de algún político o pariente próximo o lejano de precandidatos en turno.
Zalameros incorregibles, hacen notar su presencia bailando al ritmo cilindrero de verbenas populares. Carentes de dignidad son indiferentes al rechazo. Para ellos el fin justifica los medios. Lo saben. Lo han experimentado. Algún día llegarán.
Los acomodaticios son aves rapaces con elegantes ínfulas de pavo real. Creadores de plataformas políticas ficticias, de confederaciones inexistentes, de agrupaciones fantasmas, portan como carta credencial la abierta y descarada aspiración a ocupar un escritorio o de pérdida la intendencia de algún servicio público.
Los acomodaticios son plantas parásitas que sin abono alguno se reproducen en épocas preelectorales. Su alimento es el cinismo, la falta de escrúpulos y las insoslayables ganas de figurar en alguna nómina oficial.
Los acomodaticios ahí están. Usted y yo y todos, los conocemos.