27/10/09

MAQUIAVELO IV

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

IV/VII

4.- Maquiavelo: virtud y fortuna

En el lenguaje filosófico encontramos varias acepciones de la palabra virtud. Así Aristóteles nos dice “que no basta contentarse con expresar que la virtud es hábito o modo de ser, sino que hay que decir asimismo en forma específica cuál es esta manera”. La virtud podría definirse como aquella cualidad que perfecciona la buena disposición de una cosa; esto es, su bien, “pero no un bien general – palabras de Ferrater Mora – y supremo, sino el bien propio e intransferible”. Así, pues, la virtud es aquello que hace que una cosa sea lo que es. “Tal noción de virtud es prontamente trasladada al hombre; virtud es entonces, por lo pronto, el poder propiamente humano en cuanto se confunde con el valor, el coraje, el ánimo”. La virtud, característica del hombre, depende de su libre albedrío y está regulada por la razón.

Para los griegos, la Fortuna, hija de Océano y de Tetis, era una divinidad alegórica que presidía los sucesos de la vida, distribuyendo ciegamente los bienes y los males. Luego devino en lo casual, lo fortuito, la suerte, el azar, por eso se habla de la “buena” y la “mala” fortuna.

Ante los imponderables de la fortuna, el hombre virtuoso debe estar preparado para afrontarlos, sólo así podrá permanecer en el justo medio. Cuando no hay diques de virtud previamente levantados, las aguas negras de la mala fortuna, incontenibles, arrasan las apacibles llanuras.

El vívere político oscila entre la virtud y la fortuna. Por eso González Pedrero afirma: “No es otra cosa el arte político que un duelo entre virtú y fortuna. O en otras palabras, el prodigioso oficio de conciliarlas en el incierto equilibrio de la cuerda floja”.

La virtud, que es capacidad de obrar, poder, fuerza, decisión, habilidad, previsión, significaba también para Maquiavelo prudencia sagaz, intuición.

“En general, virtúd es la fuerza vital que los hombres desarrollan en la realización de actos políticos encaminados al engrandecimiento del estado”. Al fortalecimiento y defensa del sistema – diríamos hoy – o a su aniquilamiento y cambio. “Pero significa también, esfuerzo, coraje, valor, audacia. En suma: aquellas cualidades que son indispensables para forjar a un político”.

Así, la virtud viene a ser una férrea voluntad de participación activa en los destinos del Estado; una conjunción de astucia y de fuerza —de zorro y de león— en constante equilibrio, al azar, lo contingente, lo que en cualquier momento puede ocurrir.

La virtud es acción. La fortuna, esperanza. Aquella es impulso creador, ésta, casualidad, anhelo.

Para Maquiavelo las repúblicas o los principados se adquieren por las armas propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud.

El príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella cambia. Feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las circunstancias; desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra.

“La ‘causa’ de la buena o mala fortuna es hacer que el propio modo de proceder concuerde con los tiempos; porque algunos hombres proceden con apresuramiento, otros, con respeto y cautela, y en el uno o el otro de esos modos se exceden de los límites correctos, incapaces de observar la ‘verdadera vía’.” Esa “verdadera vía”, es una vía de en medio en el sentido de combinar los extremos: virtud y fortuna. Por eso, en el difícil arte de la política se yerra menos, según Maquiavelo, cuando el político actúa con la acertada habilidad y prudencia de acuerdo con los tiempos y sabe regular su conducta, procediendo según su propia naturaleza, cuando ésta coincida con las circunstancias y los hechos del momento.