EN TABASCO EN LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA
VIII/XII
6.4 LA MALDICIÓN DE HIDALGO
El alzamiento convocado por Hidalgo es y ha sido para los sectores más reaccionarios no sólo de la sociedad novohispana, sino también de la presente, una forma de desafío hasta al Dios mismo. El obispo de Michoacán, (entre 1810 y 1815), Manuel Abad y Queipo quien excomulgó a los insurgentes, preparó el siguiente Decreto para el caso específico de Miguel Hidalgo. Este texto muestra de qué manera parte de la alta sociedad se sentía vulnerada –y aún se sigue sintiendo-, en lo más hondo de sus nobles y soberbios principios por el levantamiento ocurrido en Dolores. Y así describió:
Por autoridad del Dios Omnipotente, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo y de los santos cánones, y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, papas, querubines y serafines: de todos los santos inocentes, quienes a la vista del santo cordero se encuentran dignos de cantar la nueva canción, y de los santos mártires y santos confesores, y de las santas vírgenes, y de los santos, juntamente con todos los santos y electos de Dios: sea condenado Miguel Hidalgo, excura del pueblo de Dolores.
Lo excomulgamos y anatemizamos, y de los umbrales de la Iglesia del todo poderoso Dios, lo secuestramos para que pueda ser atormentado eternamente por indecibles sufrimientos, justamente con Dathán y Habirán y todos aquellos que le dicen al señor Dios: ¡Vete de nosotros, porque no queremos ningunos de tus caminos! Y así como el fuego es extinguido por el agua, que se aparte de él la luz por siempre jamás.
Que el Hijo que sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado a nosotros en el bautismo, lo maldiga. Que la Santa Cruz a la cual Cristo, por nuestra salvación, ascendió victorioso sobre sus enemigos, lo maldiga. Que la santa y eterna madre de Dios, lo maldiga. Que San Miguel, el abogado de los santos, lo maldiga. Que todos los ángeles, los principados y arcángeles, los principados y las potestades y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan.
Que sean San Juan el precursor, San Pablo y San Juan Evangelista, y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo lo maldigan. Y que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, quienes por su predicación convirtieron al mundo universal, y la santa compañía de los mártires y confesores, quienes por su santa obra se encuentran aceptables al Dios Omnipotente, lo maldigan. Que el Cristo de la santa Virgen lo condene. Que todos los santos, desde el principio del mundo y todas las edades, que se encuentran ser amados de Dios, lo condenen (…) que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando, meando o cagando, y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza, en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros, en sus brazos (…) que sea maldito en todo las junturas y articulaciones, desde arriba de su cabeza hasta la planta de sus pies; que no haya nada bueno en él. Que el hijo del Dios viviente lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven se levanten en contra de él.
Que lo maldigan y condenen. ¡Amén! Así sea. ¡Amén!.
6.5 FUSILAMIENTO DE HIDALGO
Hidalgo compareció ante la “santísima” Inquisición después de ser apresado (21 de marzo de 1811). Varios de sus compañeros civiles de insurrección fueron fusilados antes que él.
La condición sacerdotal de Miguel Hidalgo y Costilla hizo necesario para poder enviarlo al paredón, que primero se le retiraran los hábitos clericales. Martínez García sostiene que esto lo hizo con mucho gusto la Inquisición que lo excomulgó y que lo puso en manos de la justicia civil, la que a su vez estaba supeditada a las autoridades eclesiásticas. Previa excomunión Hidalgo fue enviado a las mazmorras de las que era sacado únicamente para que compareciese antes sus jueces eclesiásticos, mismos que le sometieron a jornadas infamantes.
Antes de su fusilamiento (a las siete de la mañana del 30 de julio de 1811) le fue leída la pena de excomunión, algunas fuentes afirman que fue emitida por el propio papa Pío VII, y uno de cuyos fragmentos se expresan: “Lo excomulgamos, lo anatematizamos y lo secuestramos de los umbrales de la Iglesia del Dios Omnipotente para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Dathán y Avirán (sic)… Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de sus majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra el, lo maldigan y lo condenen. ¡Así sea! Amén”.
Posteriormente a la ejecución su cuerpo fue exhibido en la plaza pública; por la tarde cercenaron la cabeza del cuerpo, la pusieron en una caja con sal y la enviaron para que fuera colgada, junto con las de Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, en la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
Sus inquisidores obligaron al padre Hidalgo a estampar su firma en una retractación de sus errores. Y ésa es la base que hoy sustentan Gustavo Watson y Hugo Valdemar para asegurar que el reo murió reconciliado con la Iglesia. Se oculta que la abjuración le fue arrancada mediante torturas y anatemas.