PRESENCIA DE MAQUIAVELO
III/VII
3.- Maquiavelo y el príncipe
Maquiavelo vive en la etapa de transición entre la Edad Media y el Renacimiento. Él, indudablemente, es un hombre del Renacimiento. De estatura alta, cuerpo delgado, modesta elegancia en la manera de vestir y en su conducta diplomática; cabello severamente peinado hacia atrás; frente amplia; ojos pequeños, pero incisivos; nariz perfilada; labios delgados; pómulos salientes; barbilampiño; manos extremadamente cuidadas; dedos delgados, cuyos movimientos revelan el ejercicio del estilo en el arte de escribir.
En 1494, al implantarse la República en Florencia, fue segundo canciller y secretario de Los Diez de la Libertad y la Paz, un comité ejecutivo encargado de asuntos internos, externos y militares. Durante quince años se desempeñó como funcionario eficaz, cumpliendo a satisfacción y lealtad, misiones diplomáticas en Francia, Suiza y Alemania.
Nicolás Maquiavelo participa activamente en la vida política de Italia. Agudo en la percepción, observa con espíritu analítico el sistema de gobierno de su patria y lo compara con los de otros países de Europa que conoció en sus misiones diplomáticas, extrayendo de sus observaciones y de los ejemplos del pasado, el método y carácter de su filosofía política. Interesado fundamentalmente por las cuestiones de su tiempo, la realidad del presente mueve los esfuerzos de su penetrante atención; a la luz de su óptica de laboratorio somete a estudio los hechos y a los hombres, para obtener las deducciones que apoyarán sus tesis, buscando en los recuerdos de la historia la comprobación de sus conclusiones.
En las noches florentinas, a la usanza de las reuniones griegas en el Liceo o en el jardín de Academo, los jóvenes del Renacimiento se reúnen en los jardines de Berhardo de Rucellai, cuñado de Lorenzo el Magnífico, a discutir sobre arte, filosofía o política. Allí, en las conversaciones sale a relucir, como una flor exótica, el pensamiento de Maquiavelo, por eso, cuando se urde la conjura en contra de los Médicis, el hábil secretario de Estado no queda libre de la sospecha de haber exaltado con sus tesis, el ánimo de los conjurados.
Sobrevienen después las series de acontecimientos que habrían de cambiar todo el sistema de vida de Italia; el poderío de Venecia se derrumba, Julio II se une a Fernando el Católico, Ravena contempla el desvanecimiento de las veleidades hegemónicas del monarca Francés, Prato abre las venas del aniquilamiento de la efímera república de Florencia. Regresan los Médicis, Pier Soderini, es desterrado y Maquiavelo corre poco después la misma suerte, cobrándole el gobierno restaurado, con su alejamiento de la ciudad, la sospecha de conjurado y sus desvaríos de imaginativo escritor político.
Pero Maquiavelo no se resigna al ocio, a la sosegada paz rural, ni a la sombra de los árboles a cuyos pies pasaba inadvertidas horas de reflexión, tramando la estructura de sus discursos sobre los diez primeros libros, de la república romana, escritos por Tito Livio. Actor en el drama de su tiempo, quiere retornar a escena. Desea volver a la ciudad, estar presente en la corte y por ello interrumpe el desarrollo de sus discursos para escribir su no bien recibido opúsculo, El Príncipe, que zalamera y cortesanamente dedica a Lorenzo de Médicis, soberbio sobrino de León X.
Así, El Príncipe fue escrito como carta de presentación y sumiso y desesperado afán de volver a la vida política. Basta leer su descriptiva y angustiada carta a Francesco Vettori en el invierno de 1513 para darse cuenta de su estado de ánimo y de la finalidad inmediata:
“A propósito de mi opúsculo, he discutido si convendría hacerlo aparecer o no; y en caso afirmativo, si convenía que lo llevara yo mismo o que lo enviase. En la negativa, temo que Julián ni siquiera lo lea, y que nuestro Ardingheli se atribuya todos los honores de mi trabajo. La necesidad que me aprieta me empuja a publicarlo pues siento que me consumo y que esto no puede durar eternamente sin que, a la larga, la pobreza no haga de mi un ser despreciable; por otra parte, deseo vivamente que los Médicis se decidan a emplearme así fuera para empujar una roca después de lo cual si no hubiera hecho algo para ganármelos, me conformaría. En cuanto a esta obra, si solamente se leyera se vería que los quince años que dediqué a cuidar los asuntos del estado no los pasé durmiendo ni jugando, y cualquiera de ellos debería sentirse satisfecho de poder servirse de un hombre lleno de experiencia que nada les ha costado. Mi lealtad debería estar al abrigo de toda sospecha pues siempre he sido respetuoso de la fidelidad y no voy a dejar de serlo ahora. El hombre que ha servido fielmente y bien durante cuarenta y tres años (que son los que tengo) no puede cambiar su naturaleza; por otra parte, mi pobreza es el mejor testimonio de lo que afirmé”.