27/10/09

MAQUIAVELO I

PRESENCIA DE MAQUIAVELO

I/VII

1.- Maquiavelo en La Cuerda Floja

Hace algunos años, en el Teatro del Seguro Social, en la ciudad de Villahermosa, escuché por primera vez a Enrique González Pedrero hablar sobre Maquiavelo. Fue una conferencia inolvidable. Allí, el maestro que impartía la clase de ideas políticas modernas en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con sentida emoción habló de este personaje del Renacimiento y de sus dos obras fundamentales: el Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

Y así tenía que ser, en la actualidad el político tiene la necesidad de definirse: o se está con Maquiavelo o se está en contra.

González Pedrero, tabasqueño de extracción humilde, estudioso de la política a la que considera —al igual que Maquivelo— un arte, postgraduado en la Universidad de París, nos deslumbró aquella noche villahermosina, al recitar de memoria los consejos que el ilustre florentino da al príncipe. De complexión recia, estatura regular, la tez blanca, cabello castaño entrecano, frente despejada, ojos claros, mirada inquisitiva, aguda, de felino, nariz recta, labios delgados y soberbias maneras de diplomático medieval, hizo la apología, esa noche, del padre de la política moderna y de la concepción de estado, tal cual hoy la conocemos. Sus referencias al capítulo XXII de El Príncipe a la virtud y a la fortuna, son inolvidables.

En 1982, el ayer ideólogo priísta, dio a la imprenta un opúsculo intitulado La Cuerda Floja, que bajo el patrocinio del Fondo de Cultura Económica se ofreció al público en las mejores librerías de la República. La pequeña obra reimpresa, por tercera ocasión en 2006, presenta en la portada un cable de henequén, tenso, en el que se mantiene al centro, en equilibrio, una bola, al parecer de plomo, diseño de Carlos Haces y fotografía de Carlos Franco. El tema se desarrolla en 187 apretadas páginas, divididas en una introducción y cuatro analíticos capítulos. Introducción. I. Maquiavelo: realismo político o la necesidad de la virtud o fortuna. II. El realismo utópico de Tomás Moro. III. Don Vasco Quiroga: utopía y libertad. IV. ¿Hay reglas del juego? Dedicado in memoriam a Manuel Pedroso.

El porqué del título: González Pedrero nos hace recordar el espectáculo en el que, los artistas de circo, deslumbrantemente vestidos con sus mallas llamativas untadas al cuerpo y sus descollantes hombreras cual flores artificiales, hacen su aparición en la pista a los acordes marciales de improvisada banda y después del saludo reverencial al público se dan a la fascinante tarea de ejercitar equilibrios en la cuerda floja ante la atónita mirada del público y la prevención de la red protectora por si acaso el inesperado accidente pudiera provocar la caída del principiante o la pérdida de equilibrio del viejo artista del hambre. “Más tarde – nos dice el autor- me he preguntado muchas veces si la política, la teórica y la práctica, no será como aquel espectáculo tan peligroso cuando se ejecuta sin red. Y en la política verdadera, en la Historia, no hay redes protectoras. Me he preguntado si la política no vendrá a ser, entre todas las actividades del hombre, la que más participa en la esencia de la vida, esa peripecia azarosa que empezamos un día, sin saber cómo, trepados e un una cuerda floja”.

Sí, en la cuerda floja, entre el realismo y la imaginación. Entre la verdad real y la verdad política. Guardando siempre el equilibrio, a veces sosteniéndose en el pie izquierdo, a ratos en el derecho, con las infinitas ansias de permanecer en el centro, ante la mirada atónita del público y el espectro del porvenir que anuncia, bajo el maquillaje, caras conocidas, en el quehacer divino del arte circense de la política.