La vida del ser humano, del hombre o de la mujer, es decisión. La vida no admite términos medios: se es o no se es. No hay vasos medio llenos ni hay vasos medio vacíos. Los vientos soplan al norte o al sur. El crepúsculo suele amedrentar a los indecisos.
Quien se afana por tener sin importarle dejar de ser, pierde en la ambición toda esperanza. Quien lucha infatigablemente contra tempestades, contra amarguras, contra frustraciones, contra el hambre o a pesar de ésta, contra la miseria, cubre su espíritu con harapos de gloria en la heroica y ejemplar tarea de ser.
La felicidad no está fuera de nosotros. Se encuentra dentro de nosotros mismos. Lo importante es descubrirla y cual diamante pulirla amorosamente para que en sus aristas brille diáfana y celeste la sensibilidad de quien la posee con amorosa ilusión.
Unos la encuentran en la música, otros en la poesía. Otros en el drama, en la tragedia, en la comedia, en la escultura, en la pintura, en la arquitectura o en el bellísimo ritmo danzante de su cuerpo. Otros, en el resultado de una útil y honrosa jornada de trabajo. En toda tarea el valor supremo es la digna realización. Es el ser, que ha llegado a ser.
Quien troca valores permanentes del espíritu, por valores de cambio o de uso, degrada su condición de ser y abate sus alas cual ave agavillada en búsqueda inútil de satisfacciones mundanas.
Quien por tener deja de ser ejemplifica en su conducta la materialización de quien pierde el impulso creativo en efímeros triunfos de transitoria presencia.
Se es por vocación del espíritu. Se deja de ser, por insana ambición.
El hombre es no por herencia, sino por impulso vital que aniquila adversidades.
Los seres vivientes responden a su propia naturaleza. Así, el quetzal no resiste el cautiverio; el león no se resigna a los barrotes de una jaula; la serpiente es indomesticable y el alacrán jamás respeta pacto de no agresión.
En las manos del hombre o de la mujer está escrito su destino. La decisión no contempla dudas. La cuestión es ésta: tener o ser.