4/12/08

OBEDIENCIA II

Y DESOBEDIENCIA MILITAR LEGITIMADA

1.2 Obediencia y dominación

El concepto de obediencia va unido a los conceptos de poder, dominación, y en la obediencia militar se encuentra unido, además, al concepto de disciplina.

Max Weber define al poder como la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad.

Por dominación señala que debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas; por disciplina apunta que debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática.

Weber explica que el concepto de poder es sociológicamente amorfo. Todas las cualidades imaginables de un hombre y toda suerte de constelaciones posibles pueden colocar a alguien en la posición de imponer su voluntad en una situación dada. El concepto de dominación —afirma— tiene, por eso, que ser más preciso y sólo puede significar la probabilidad de que un mandato sea obedecido.

Respecto al concepto de disciplina nos dice que encierra el de una "obediencia habitual" por parte de las masas sin resistencia ni crítica.

El ilustre sociólogo nos indica que de acuerdo con la definición dada, debe entenderse por "dominación" la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos (o para toda clase de mandatos). No es, por tanto, toda especie de probabilidad de ejercer "poder" o "influjo" sobre otros hombres. En el caso concreto esta dominación ("autoridad), en el sentido indicado, puede descansar en los más diversos motivos de sumisión: desde la habituación inconsciente hasta lo que son consideraciones puramente racionales con arreglo a fines. Un determinado mínimo de voluntad de obediencia, o sea de interés (externo o interno) en obedecer, es esencial en toda relación auténtica de autoridad.

Es de advertir que no toda dominación se vale de incentivos económicos; por otra parte, normalmente, aunque no siempre, cuando se trata de una dominación sobre una pluralidad humana, se requiere de un cuadro administrativo; esto es, la posibilidad en la que se puede confiar, de que se dará una actividad dirigida a la ejecución de mandatos generales y concretos, por parte de un grupo humano cuya obediencia se espera. Dicho cuadro administrativo puede estar ligado a la obediencia de su señor (o señores) por la costumbre, de modo afectivo, por intereses materiales o por motivos ideales (con arreglo a valores). Para Weber la naturaleza de estos motivos determina en gran medida el tipo de dominación. Y reflexiona motivos puramente materiales y racionales con arreglo a fines como vínculo entre el imperante y su cuadro implican aquí, como en todas partes, una relación relativamente frágil. Por regla general se le añaden otros motivos: afectivos o racionales con arreglo a valores. En casos fuera de lo normal pueden éstos ser decisivos. En lo cotidiano domina la costumbre y con ella materiales utilitarios, tanta en ésta como en cualquiera otra relación. Pero la costumbre —aclara— y la situación de intereses, no menos que los motivos puramente afectivos y de valor (racionales con arreglo a valores), no pueden representar los fundamentos que la dominación confía. Normalmente se les añade otro factor: la creencia en la legitimidad.

El referido autor hace hincapié, de acuerdo con la experiencia, que ninguna dominación se concreta voluntariamente con tener como probabilidad de su persistencia motivos puramente materiales, afectivos o racionales con arreglo a valores. Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia en la "legitimidad". Así, según sea la clase de legitimidad pretendida es fundamentalmente diferente tanto el tipo de la obediencia, como el del cuadro administrativo destinado a garantizarla, como el carácter que toma el ejercicio de la dominación.

Es menester igualmente dejar asentado que el concepto de dominación no excluye el hecho de que la relación haya surgido de un acto jurídico, como por ejemplo de un contrato formalmente libre, caso concreto el de la dominación del patrón sobre el obrero. Ahora bien, el hecho de que la obediencia por disciplina militar sea formalmente "obligada" mientras la que impone la disciplina de taller es formalmente "voluntaria", no altera para nada el hecho de que la disciplina de taller implique también sumisión a una autoridad (dominación). También la posición del funcionario se adquiere por contrato y es denunciable, y la relación misma de "súbdito" puede ser aceptada y (con ciertas limitaciones) disuelta voluntariamente. La absoluta carencia de una relación voluntaria sólo se da en los esclavos.

Para nuestro estudio es igualmente importante recoger las palabras de Weber al manifestar éste que la "legitimidad” de una dominación debe considerarse sólo como una probabilidad: la de ser tratada como tal y mantenida en una proporción relevante. Ni con mucho —nos dice— ocurre que la obediencia a una dominación esté orientada primariamente (ni siquiera siempre) por la creencia en su legitimidad. Y es que la adhesión puede fingirse por individuos y grupos enteros por razones de oportunidad, practicarse efectivamente por causa de intereses materiales propios, o aceptarse como algo irremediable en virtud de debilidades individuales y de desvalimiento. Lo cual no es decisivo para la clasificación de una dominación. Más bien, su propia pretensión de legitimidad, por su índole la hace "válida" en grado superlativo, consolida su existencia y codetermina la naturaleza del medio de dominación.

Para Weber la "obediencia" significa que la acción del que obedece transcurre como si el contenido del mandato se hubiese convertido, por sí mismo, en máxima de su conducta; y, eso únicamente en mérito de la relación formal de obediencia, sin tener en cuenta la propia opinión sobre el valor o desvalor del mandato como tal.

Los razonamientos de Weber nos invitan a reflexionar sobre la importancia que cobra la voluntad en la relación mando-obediencia. El ser humano posee libre albedrío, esto es, la facultad de decisión de hacer o no hacer aquello que se le ordena legal o ilegalmente; legítima o ilegítimamente; de obrar tan sólo por deber o por amor al deber; de convertirse en ángel rebelde o en esclavo sumiso; de ser o no ser. La voluntad es apetencia del alma que impele a los seres humanos a la acción o a la pasividad y cuyo fin justifica o no su hacer o dejar de hacer en una racional autovaloración de su propio albedrío. El mando tiene en la obediencia su razón ética; su razón de deber ser legal o legítimo; o la aspiración suprema: legal y, legítimo, en identidad de fin o fines individuales o colectivos.

1.3 Orden y obediencia militares

La organización vertical, jerárquica, de la milicia, contempla la función de una trilogía activa: mando, orden y obediencia.

Gazzoli pone un ejemplo: "Así como la oración comprende al sujeto, el verbo y el atributo, el deber, o sea, aquello a que están obligados los miembros del grupo constituido por escalas jerárquicas, puede identificarse con el sujeto en el individuo que manda; el verbo, en la orden que trasmite un principio de acción y el atributo en el individuo que la lleva a cabo a través de la obediencia, pues es evidente que quien obedece no es más que un atributo de quien manda ya que actúa por las transferencia de la potestad de aquél sobre él".

La función de la orden consiste en una acción que conlleva el mando y que representa la personalidad del superior. Su cumplimiento es la realización del mando dentro del nivel en que éste se ejerce.

Quien detente el mando, debe poseer un amplio sentido de su responsabilidad, seguridad en los resultados y claridad en el contenido de la orden que emite, a fin de que el subalterno, receptor de la orden, interprete fielmente en su ejecución la finalidad que la motiva y la intención del superior.

Gazzoli señala que el régimen militar es propenso al personalismo. Esta característica —explica— es más notable dentro de los cuarteles donde el jefe enfatiza su influencia. Allí es frecuente que todas las atenciones converjan sobre el mismo objetivo, por el pronunciado celo personal del jefe, que amengua la participación derivada de los subalternos. Comúnmente, por ejemplo, el segundo jefe es más un repetidor de la autoridad superior que un colaborador de decisiones más o menos autónomas.

Señala además que: "En el fondo, la actitud del jefe interpreta un concepto físico del recinto a su cargo y que en el idioma castrense se denomina "unidad". Unidad y subunidad son sistemas órgano-operativos conducentes a un fin determinado, que requieren unicidad en la acción, y para ello es imprescindible la unificación en el jefe. Por eso mismo es habitual que cuando algún jefe militar se refiere al organismo de tropas que comanda (división, brigada, regimiento, batallón, etc.) se exprese diciendo "la unidad a mi cargo", y más posesivamente aun, "mi unidad", con lo cual le confiere características singulares a su gestión de mando".

El personalismo a que se refiere Gazzoli se hace evidente en el formalismo del trato personal entre superior y subalterno, cuando éste al dirigirse a aquél antepone el posesivo "mi" antes de pronunciar el grado del primero. Decir "mi teniente", "mi general" y lo mismo respecto de cualquier grado contribuye a realzar la figura de la autoridad haciendo sentir al subalterno su estado de inferioridad relativa.

Gazzoli desaprueba el personalismo para el militar común, ya que no permite aprovechar exhaustivamente el esfuerzo y la disposición al trabajo de los subalternos. Igualmente hace hincapié en que el mando militar debe ser, como norma, imperativo, pero no personalista, para lo cual debe basarse en la distribución racional de responsabilidades.

El mando imperativo es la expresión de una decisión clara y firme para hacerse obedecer y de proyección impositiva a la propia voluntad del subalterno. Ese es el verdadero sentido del mando militar que muchas veces suele dársele el sentido de autocracia.

Ninguna profesión es comparable a la militar en el extremo de sacrificar la propia vida si es necesario, en aras del compromiso contraído. Al recluta se le pide un juramento que entraña toda una mística de fervor patrio: "¿Juráis a la patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?".

La patria es la representación espiritual de país y, a su vez, la bandera es la representación simbólica de la patria. De esta manera el reclamo es, en el fondo, la defensa del país hasta perder la vida si es necesario. La intención es la de inculcar una mística patriótica en el recluta capaz de convertir en fanatismo sus más limpias pasiones en la obediencia a la orden recibida para cumplir sin objeción alguna la misión asignada.

Así, para el militar la obediencia se toma como un acto que enaltece al individuo ya que entraña un voluntario desprendimiento de principios de acción propios, en pro del sometimiento a principios de acción ajenos, para servir a un fin determinado. La distinción entre la obediencia del soldado y la obediencia del esclavo reside en el acto voluntario de renunciamiento consciente de aquél al obligarse en acciones patrióticas y al avasallamiento de la personalidad de éste, ajeno en su aniquilamiento inconciente, de su perdida identidad.

El soldado al obedecer conscientemente la orden de su superior no sólo renuncia a su libre albedrío —respecto a la orden recibida— como consecuencia de la condición receptora que debe asumir sino que al mismo tiempo debe agregar algo de sí mismo toda vez que en su fuero interno el acto receptivo se transformará en ejecutivo para concretarlo en obediencia. Esto es así, ya que la ejecución de cualquier acto, aún el castrense, responde al consciente personal y por ello hace posible la presencia de la iniciativa.

La base de la personalidad de la obediencia es la iniciativa, toda vez que ésta es la que transforma al subalterno, objeto instrumentado de mando, en sujeto como principio de acción. El ejercicio de la obediencia con iniciativa es un manifiesto deseo de coparticipar de las actividades del superior, haciéndose así más reflexiva y responsable.

La obediencia en el soldado es voluntaria y automática. La practica con hidalguía, pleno el espíritu, convencido de su misión trascendente en el riesgo de perder la vida si es necesario, en aras de un juramento a la bandera y a la defensa de la patria.