14/8/09

LOS ZAPATOS...

NUEVOS DEL REY

Lo cuentan las crónicas. Los relatos llegan a mi memoria. Era un pequeño poblado, gobernado por un rey generoso, que respondiendo al afecto de sus súbditos, cumplía con su plan de trabajo construyendo obras públicas y dando atención a los requerimientos populares.

Cotidianamente el rey dejaba el confort de las magnificas oficinas de palacio para visitar las ciudades y rincones de su pequeño territorio, conviviendo con los lugareños la alegría manifestada en su rostro, saludando de mano a los concurrentes a su visita, escuchando peticiones, alabanzas, sugerencias, quejas, denuncias y recibiendo escritos que éstos le hacían llegar con la plena convicción de ser atendidos.

Ese reino, confiaba, no obstante la extrema pobreza en la que el tiempo se desvanecía en la esperanza de un cambio, en el cual los desastres naturales serían superados y la oportunidad de mejorías para el bien popular anhelado llegase con la palabra empeñada del gobernante.

El tiempo pasaba. El rey, convencido del aprecio popular, continuaba en su diaria fatiga de recorrer poblados, compartir sonrisas, saludos de mano y entregando modestas respuestas en obras a los pobladores que, en sus sencillas formas de vida y miseria acostumbrada, recibían con gratitud ésas, para ellos, expresiones sinceras a su desgastada existencia.

El rey, en palacio, sentía orgullosa satisfacción y convencido entusiasmo por aquellas muestras de afecto, manifestadas en correspondencia a los humildes presentes que recibían de su parte y que eran punto central de comentarios mediáticos de la gratitud popular hacia su rey.
Las grandes promesas, lamentablemente, no estaban al alcance de quien angustiado, desesperaba, inútilmente, por satisfacer las carencias populares, que con tanta vehemencia había prometido resolver.

El pueblo amaba a su rey, en su corazón y en su pensamiento la convicción de la bondad de éste borraba comentarios adversos. La tragedia económica, la falta de voluntad, de honestidad, de compromiso con el bien común público, la corrupción, y la impunidad, habían encontrado refugio en una burocracia desleal, ingrata, traidora.

Llegado el cumpleaños del rey hubo fiesta nacional en palacio. El rey y su corte vistiendo sus mejores galas, abrieron las puertas de aquella residencia oficial para dar acceso a los parabienes de una multitud agradecida, que se sentía feliz de convivir en esa amplia mansión con los más altos funcionarios de la corte, conviviendo frente al monarca que, sonrisa a flor de labios, recibía de esa larga fila ciudadana no solamente el saludo, sino en muchos casos, sencillos regalos humildemente envueltos en papeles de colores cruzados por lazos de vistosos y decorados moños.

Pasada la fiesta, al día siguiente, muy temprano el rey despertó animado por la curiosidad de ver el contenido de los presentes que la gratitud popular le había ofrecido. Así, en la quietud de su alcoba, teniendo frente a él aquel conjunto sorpresivo de muestras de afecto, se dio a la tarea de destapar cada una de las vistosas ofrendas. ¡Sorpresa!, Las cajas contenían entre otras cosas, pañuelos bordados con la insignia real, bellísimas obras artesanales logradas por las manos de hábiles artistas lugareños, versos de gratitud, escapularios, sencillas camisas y otras variadas prendas de vestir. Lo que más llamó la atención del rey fue, entre aquellos regalos, un par de zapatos regios, hermosísimos, que infortunadamente no eran de su medida, pues al probárselos, la tristeza inundó sus ojos al sentir que le quedaban grandes.

A partir de ese momento el rey reflexionó haciendo examen de conciencia para poner al servicio de su pueblo todas sus energías en la solución de las demandas sociales. Dio el golpe inesperado de timón, admitiendo la renuncia de aquellos funcionarios desleales, arbitrarios, inmorales, que con sus acciones y omisiones enturbiaban su gestión. Transcurrió el tiempo y logrado el propósito de resolver a lo máximo las exigencias de sus gobernados, hizo en su dinámica y comprometida acción, un espacio reflexivo. La noche llegó a su alcoba. Durmió con tranquilidad. A la mañana siguiente, al despertar, ¡oh sorpresa!, al pie de la cama estaban aquellos zapatos nuevos invitándolo a la prueba; el rey, enfebrecido de emoción se los calzó y pleno de satisfacción sintió que le quedaban a la medida.

Narran las crónicas que desde entonces el pueblo y su rey sintieron unidos el colmo de la felicidad.