El crimen fue sorpresivo.
Llegaron los marines.
Rodearon el inmueble,
apretaron gatillos
de sus mortales armas.
La respuesta no se hizo esperar.
Iban por Beltrán Leyva
y una cruzada lluvia de balas
sembró de estruendos esa madrugada.
Reguero de cuerpos sin vida.
Sangre esparcida en todos lados.
Diluvio infernal de las metrallas.
¿Por qué no hubo el debido proceso?
¿Había necesidad de matar al enemigo?
¿Desnudarle el alma
y esparcir billetes en su cuerpo?
¡Alea iacta est!
diría un general romano.
¡Si!, ¡la suerte está echada!
Hoy, México es un paliacate
empapado de rabia,
de sangre, de venganza
y abierta herida para siempre.
Los marines ocupan
el sitio del ejército.
¿Acaso hay desconfianza,
de quién?… ¿De quienes?
La dignidad no tiene precio.
Esto lo sabe bien la milicia.
¿Por qué enfrentar en esta lucha
la fuerza del poder
de mar y tierra? ¿…?
La Iglesia, como siempre,
abre sus brazos y en cruz
exclama un verbo descarnado
en el escarnio que vive nuestro pueblo
inseguro y mancillado.
¿Acaso la esperanza se ha perdido
para siempre?
Llegó la noche y
no la madrugada.
¡Alea iacta est!
23 de diciembre de 2009.